martes, 22 de junio de 2010

Compré un anillo en la Tierra Media. El grabado se hacía visible cuando helaba. Lo puse en tu dedo mientras susurraba palabras de embrujo que sólo yo conocía, porque hablo con los muertos desde hace tiempo. Recorrí cada una de las arrugas de tus ojos, y recé junto a la Parca para que las oraciones significaran algo. Mis yemas cayeron desde tu hombro hasta tu muñeca, y las caricias a tu mano salieron solas mientras Medusa abría la boca en una expresión de horror que me recordó a la viuda negra. Ví la negación en tus ojos cuando tu cabeza afirmaba, y supe cual era el final antes de que hubiera un principio.
Compré un vestido de hada madrina para una boda de Cenicienta, y la calabaza se pudrió antes de que dieran las doce. La princesa buena se arrancó el collar de perlas, y cada una de ellas se convirtió en una de las mentiras que te dije para que no supieras la verdad que escondían todas.
Besé a la rana, me hice las pruebas de la enfermedad del amor insano y se convirtió en un príncipe que no sabía hablar, porque yo me comí las palabras en un ataque de bulimia y sólo las devuelvo una a una.
Te rodeé por detrás, y a veces mis brazos te abarcaban y podía entrelazar mis dedos, otras no. Pero tú siempre me sujetastes las manos sin girar el cuello y sin mirarme de reojo, porque tenías miedo de ser como la esfingue y convertirme en piedra.
Hice tu vida más fácil mientras te asfixiaba, y la mía dejó de tener sentido tres estaciones antes. Se me olvidó comprar la espátula para limpiar la escalera que unía las tres vidas que tuvimos, y que terminaba en la cuarta que decoré antes de pagarla.
Recogí todas mis joyas y pedí que las tasara Rompetechos, que sabe de falsos valores e inversiones seguras.
Agrupé todas mis horas y las gasté en abalarios que las hacían más bonitas, pero sin el zafiro que siempre supe que no me pegaba.
Metí toda mi ropa en una bolsa de viaje, y la purpurina de la tela me despintó en un brazo desnudo y hambriento de una luz que lo calentara.
Miré mis pies descalzos y les calzé unos tacones que aún no me he comprado.
Mandé un beso por correo y no lo recibí por falta de sello.
Por la noche digo tu nombre mientras que una voz aulla el mío, pero cuando me despierto no recurdo que nunca te conocí. Mándame una foto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Calculo los derroches muchas horas antes de verte, después se me olvida y no siempre me entristece. La gente dice que eres difícil pero yo creo que no cuesta tanto quererte. La respuesta si suele ser complicada pero eso es porque le damos demasiada importancia a nuestras reacciones.