domingo, 25 de julio de 2010

Sara

Sara se ha puesto un vestido demasiado corto esta noche, y tres hombres le han dicho que no puede negarse a acostarse con ellos si se viste de esa manera. Con el primero hasta se lo planteó, porque le hizo sentirse culpable; tenía que reparar el daño perpretado a ese pobre hombre, por Dios. Pero le rescató una amiga y se le pasó la culpa. Es lo que tiene. Con el segundo lo vió claro; a mí qué me cuentas tarao. Con el tercero ya se le fue la olla. Se subió encima de la tarima y se quitó el vestido. Estaba en el estado de trance al que le transporta la música house, donde cada latido musical va seguido por cada uno sistólico.
Desde allí arriba ha visto a las camareras que se mueven detrás de la barra, contoneando pechos operados y limpiándose el sudor que provoca el exceso de maquillaje. Los clientes se agolpan pidiendo teléfonos, nombres y horas de salida.
La sala se divide claramente en grupos que intentan no tener contacto si no pertenecen al mismo entorno, aunque sólo los vips tienen esa conciencia de clase de una manera clara. El resto simplemente siente afinidades o rechazos y actúa en consecuencia, sin planteárselo.
Cuando se ha cansado se ha bajado, se ha puesto el vestido y ha andado hasta el baño, sorteando diferentes gustos por el perfume caro o el de los chinos; vestidos de Massimo Dutti y saldos de Zara. Después de la consabida cola, ha entrado en uno de los cubículos, se ha apoyado en la puerta, que como era de esperar tiene el pestillo roto, y ha intentado por todos los medios aguantar un llanto histérico que se empeña en salir a borbotones por la garganta cerrada.
Se ha acordado de las ausencias y las presencias. De olvidos, recuerdos y fantasmas. De la falta básica e irreparable, porque cuando naces en el lugar de otra persona tu vida no te pertenece, y la ofreces dejándote la piel en convencerte de que no puedes hacer otra cosa. Que se lo digan a Dalí.
Y más triste se ha puesto cuando se ha dado cuenta de que todas las mujeres que se estaban peinando y pintándose los labios en el servicio están en la misma situación, porque no hay madre sin fantasía ni padre sin pene. Pá habernos matao. Y encima han cortado el agua para que la gente no beba y consuma en la barra. Pero aquí estamos, súper contentas de tener entre 25 y 35 años y tener un cuerpo todavía apetecible, a ver si conseguimos algo que sea aprobable. O todo lo contrario, para ir de independientes.
Sara se pregunta por cuánto le saldrían todas las operaciones que necesita para ser alguien. Y no le salen las cuentas, porque el amor no lo injertan en un quirófano. Y le entran muchas ganas de darle un abrazo a la chavala de al lado, pero cuando la mira raro coge el bolso y sale. A divertirse, que es Sábado noche.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya me estaba rondando morena, pero después de esto, leido por tercera vez, he decidido que me voy a convertir en una parodia de alguno de esos hombres que ironizan sobre todo. De esos de los que alguna imbécil se quedaba colgá, yo ya no, que yo ya soy mayó. Si, si, soy el aterriza como puedas del Nietzsche. Voy a dedicar mi vida a reirme de lo que me ha hecho vivir hasta ahora...mucha solemnidad me sobra para el propósito. No hay remedio.

Elena dijo...
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